sábado, 20 de septiembre de 2008

algodones rosados


Erasmo remolineaba en septiembre bajo un sospechoso cielo azul, participaba de una fiesta que debía festejarse en otra fecha, en un escenario distinto al de él, pero no era su culpa. Los viernes sabía que donde la tía Lidia, fuente de soda tipo manquehuito popwine, encontraría lo que esperaba con ansias verdaderas toda la semana, ¿ Qué era eso que lo hacía pensar en rosado?Simplemente la máquina de hacer algodones dulces, de esos que se construyen por pedaleo, de una bicicleta que avanza hacia atrás, igual que la fiel Singer de la tía Aurora, aquella donde costureaba para el dueño de la carnicería de equino. Máquina de color naranjo,que mas se asemejaba a un tambor rodante, ese tono para su cacharrito no era fortuito; don Victorino era hincha de Cobreloa, en esa temporada recuerdo jugaba un uruguayo al cual lo llamaban "trapo Olivera", el apelativo no sé realmente su significancia, ni menos su carácter simbolico, pero fué lo mejor que ha pasado por ese desierto llamado, codelco, o mejor dicho Calama. Confieso que yo tambien quisiera que Osorno fuera una ciudad con auspicio, y más si este es el pago de Chile.
El dejaba su biciclo siempre estacionado en la misma ubicación, frente a la fábrica de alambres, recuerdo que mi papá cuando quería arreglar el lavaplatos nos mandaba con mi hermano a buscar los restos que dejaba el camión que los traía de las higueras, que felices eramos eramos de encontrar unas migajas de puas.
La nariz bien rojita de don Victorino era indicio que comenzaría su ritual, su peculiar receta, esta consistía en azúcar, creo quemada, caramelo y otro secreto que siempre estaba en los elementos reflectores de su carrito, y con un palito comenzaba a agrandarse, igual que una bola de nieve que viene rodando cuesta abajo. El resultado un algodón, que sólo había costado 50 pesos, pero su sabor era incalculable y único, al menos eso era lo evidenciaba en mi rostro pogoteado por la azúcar rosada que el viento de un feriado ya no marcado en rojo, remarcaba en mi rostro.
pd.: ¿Don victorino dónde estará?, no lo volví a ver más desde hace varios años atrás, su tambor quizás lo sepultó esa maquinita de sacar peluches en un supermercado del centro, esas que no siempre ganas y que generan una falsa ilusión de trasuntar más allá de lo real.

martes, 2 de septiembre de 2008

dime lo que escuchas y te diré quien eres

Matilda era una estudiante brillante, debió ser la mejor alumna de la generación en una carrera de filosofía en la desconocida Universidad de Cracovia, país que recordaran en la película "la terminal", pero aquella ciudad me sirve de referente para hacerla figurar en algún lugar. Largas madrugadas delatadas en el rojo cereza de sus ojos, tildaban su semblante cada vez que se avecinaba una prueba, el resultado, siempre la mejor calificación, siempre en el primer lugar de las listas,mientras Palencia, sólo cerraba el listado, con el rojo cereza que le prestaba cada vez mas seguida Matilda. Pero ella tenía una clara disfunción, ¿ cuál? la de ser feliz en la vida real, no en una escala de notas con números y cifras, sino en una musical. La de vivir, la de disfrutar de otras formas de arte, como la música. Palencia siempre fué siempre por más, quería tener todas las canciones en una alcancía, su aventura no era alcanzar una fe intelectual, ni menos una proporcionada por Platón, sino estaba con su razón puesta en sonidos nuevos, a través de ellos se explicaba ante los demás, con ella sugería su estado de ánimo, con ella supo que detrás de los cerros se erá aún más feliz.